Manuel andaba con las manos en los bolsillos y el gesto distraído. Bastaba mirarlo para encenderle los ojos.
Un día sople despacio, como quien manda a un diente de león a viajar campo traviesa, y soplando, las brasas me quemaban la lengua. No importa el tamaño, ni la razón ni la frecuencia, importa el ardor que se demuda de uno a otro. Sus ojos eran un incendio certero que me alejaban apelándome al miedo y allá en lo último al orgullo de quien no quiere ser abrasado.
¡Andate!
Me fui con las manos en los bolsillos y el gesto distraído. Un día me miro y le incendié hasta la silla en la que estaba sentado. Hizo guardia con el perro y se quedaron los dos soplándome los gestos, la lengua y las orejas.
-¿nos sentamos en el cordón de la vereda?. Sí.
(En el jardín había toda una boca de dientes de león)
domingo, 5 de abril de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Datos personales

- Teodoradorna
- Córdoba, Argentina
- Del blanco, al blanco tenue, al blanco tiza y al alba. Después los colores
1 comentario:
Sentarse en el cordón de la vereda, linda instantánea! de las tuyas, obvio!
besou!
Leandrou
(me pegou la onda esa ou)
Publicar un comentario