lunes, 15 de marzo de 2010

Segunda de Aurel

Ese debe ser, casi que lo siento como una certeza insoslayable, el nombre más nombre de todos pegado a tu perfil. El nombre errado por azar que te vengo a descubrir tantos años después.
Aurel y me envuelven persistentes todos los olores, el del galponcito del fondo donde los fantasmas huelen a incienso mezclado con herrumbre. Corría afuera y siempre esperaba el milagro de los dátiles, siempre me gustó cómo te estirabas para alcanzarlos, yo creía desde mi niña que así y dos centímetros mas y una parte del cielo me la iba a comer junto al fruto. Quería creer que las personas altas, gallardas y longilineas tenían el don de hacernos posibles fragmentos del cielo, las nubes, chorrear garuas para calmar la sed. Te quería decir que desde el suelo, la levedad también me llega de visita. Esos días, esos ratos son amarillos y tienen el olor de tus manos.

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Del blanco, al blanco tenue, al blanco tiza y al alba. Después los colores

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