martes, 28 de enero de 2014

La sinestesia de los pasillos

En esa oscuridad la boca se llena de hojas muertas de acacias.
En los ojos anida el sonido agudo de las primeras gotas, las que chocan contra el primer metal que encuentran, y se escurren y caen sordas sobre el piso invisible o se evaporan, es difícil percibir la temperatura si el sol no lame las ventanas. Los pasillos son ciegos.
Abre la boca y las hojas se multiplican hasta invadirlo todo y cruje el aire, avanzar a tientas sobre ese otoño artificial, un paso y detrás de él se vuelven a cerrar las hojas en su espesura.

Las hojas muertas de acacias cumplen su don de impedir saber en que sitio se encuentra, no se puede voltear hacia su espalda para ver cuanto deja detrás de si, solo seguir, ignorando cuánto falta para el fin de ese otoño inventado.

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Córdoba, Argentina
Del blanco, al blanco tenue, al blanco tiza y al alba. Después los colores

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