miércoles, 30 de septiembre de 2009

Surtsheliv II

No hay prodigio posible, se extiende el paisaje, en esa casi evocación de los niños. Sentir el campo en la tersura del valle y en lo escabroso de la quebrada, tala, acacio negro, blanco, el molle, el monte y la perdición.
Extaviarse en ese mar de verdes, confundir el sendero vacuno, la desaparición de las casas, sobrevivir a natura, nurtura. Sobrevivía, oliendo llegaba a hallar el camino preciso, el definido, el que hace a la geografía íntima, a ese saberse llegar a la idea de una casa que no es lo mismo que la construcción de canto rodado, adobe, cemento y que más, esa idea de casa, que hace al deseo, la habitación, el olor y las recordaciones.
Vagaba en el campo, en la sierra, el sentir de habitación, estancia estaban acá conmigo, extenso y vasto como el paisaje que rodea y dibuja el horizonte de picos y hendidas, cerro y abismo.
Buen día, a la orilla del río había dejado de estandarte y saludo una piedra redonda y perfecta. La belleza hace a quien la mira, la piedra era perfecta, aún en el borde cortante, el que no ha pulido el río ni el viento, ni el tiempo.
Estoy en la ciudad, en la city, en la cuadrangular y ortogonal simetría de los que andan por aquí comprando vaca muerta y sanguínea, el tiempo corre a velocidad cosmopolita, asuste y teme al temerario. Temo eso es cierto.
Un gesto, dibujo un crecimiento vegetal desde el respaldo de la silla hacia allá, le sigue una sierrita y algún salvaje animal.
Quisiera domar el paisaje íntimo, el que transfigura en piel dorada al sol.
Quisiera y no podría, podría y tal vez no lo quisiera.
La ciudad es un cautiverio, de a ratos, en las tardes, bien de mañana.

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Córdoba, Argentina
Del blanco, al blanco tenue, al blanco tiza y al alba. Después los colores

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