Aliterar el sonido para evocar el paisaje, la historia.
Isadora se llama quien anda, Isa en diminutivo. Transportar piedras desde una orilla del arroyo hacia la del frente, erigir fortaleza y vencerla en el juego, la ronda. Dibujar centanares de vacas y toros para arriarlos y domarlos en canciones de cuna. Uno se encabrita y arde, el papel es combustible de hoguera hasta en el fin del mundo, Isa lo mira y lo enciende, arde y lo consume, languidece el animal en su fiereza. Miraditas de fuego.
Llega el viento y esparce las cenizas.
Isadora en un subrepticio abandono de guión, junta las cenizas de aquel animal nacido de su mano y a sus ojos quemado, ardido y consumido, lo guarda entre hojas verdes, en alguno de los tantos lugares que hay entre las piedras crecidas y la tierra, y lo guarda, le canta bajito, lo arrulla, lo cobija, repetir ese gesto inmemorial que hace a la muerte.
Los otros animales, el resto de paisaje es inmortal, quien ha visto no puede morirse sin llevarse eso consigo.
Mira de nuevo aquel algunos de los tantos lugares que hay entre las piedras crecidas y la tierra y cuida bien de no hacer llama de sus ojitos pardos.

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