lunes, 16 de noviembre de 2009

1.26

Un año antes del mío había planeado mi nacimiento definitivo, ese del que sale solo por una muerte soberana. Coronar el día perfecto con una cineraria azul y abrirse paso a ese transcurrir inevitable, ese sin saber sabiéndolo. La única certeza mecida junto a mi, los dientes de león que soplaba cuando se cayeron los míos, un deseo tirado por ahí, montarlos en barquitos y dejar que ese mar cordóncuneta, hiciera las veces de viaje y la caca de perro de isla para los naúfragos.
Quise saber de la levedad del cuerpo y recurri a olvidos, olvidar lo que sabía de mi, soñaba siempre lo mismo, que si corría lo suficientemente fuerte iba a poder volar, si me subía a los árboles también, si asomaba los ojos en la ventana algo iba a pasar.
Pasa, mientras uno se muda y se demuda, cambia la piel, creciéndose con uno, se sponja el cuerpo y se aja, resquebraja, cambian los ojos mirando más allá del más acá.
Había planeado mi nacimiento definitivo para hacer certeza de la intesidad de que no hay dos.

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Córdoba, Argentina
Del blanco, al blanco tenue, al blanco tiza y al alba. Después los colores

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