jueves, 13 de mayo de 2010

1º de Ticio

Siempre esperé querer saber de tu espalda en un abrazo y que tus manos supieran de la mía, esperé la exactitud del momento propicio y no eran exactas tus medidas sublimes ni exactas mis ganas de abrazarte.
La espera sabe como ella sola condenar al olvido de los sentidos.
El bastión de las inmovilidades, dos gigantes de piedra mirándonos llorar sin hacer nada, gigantes inmóviles dejando extender la quietud sobre la magnificencia. La ignominia de dejarse permanecer en el bastión, por no querer hacer con las mismas maderas, mesas para los gigantes. El sol sabe adivinar nuestros bordes más sobresalientes y la lluvia horadar la arista cortante.
Dejó de llover y en el sol de las siete dejé que se cayeran las maderitas de árbol de mi bastión inútil, dejé que las piedras deshicieran su conjura y recorrí el pedacito de mundo que separaba las sillas, te abracé para saber de la paz por el lado de atrás.
De atrás hacia adelante, la tranquilidad supo hacer de las maderitas, el ígneo tributo al dios de los gigantes, al dios de las piedras. La tranquilidad me dejó laxo el cuerpo y espumosos los pasos.
Descansé la vida entera en un solo gesto a las siete y media.

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Córdoba, Argentina
Del blanco, al blanco tenue, al blanco tiza y al alba. Después los colores

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