domingo, 2 de mayo de 2010

5-8

Los hijos nacidos del invierno, tenemos por condición heredada del fuego salvaguardar nuestro ego para resistir el frío de nuestras cunas y congregar a la hoguera de las vanidades.
Un día cualquiera, de esos que suceden en verano, otoño u otra estación, sabemos con una mano apoyada en el hombro que la salvaguarda, no salva nada si destruye otra cosa, no se siente la paz de perdurar, de resistir, de seguir siendo, si el leño que nos alumbra arrastra a otros a la inclemencia de la noche más cerrada.
Con una mano apoyada en el hombro, desee haber nacido bajo otra luna; lo que hay es lo que es y soy hija de la quinta noche de la octava luna. Con una mano apoyada en el hombro, traspasando lo inevitable de la certeza, hay otras formas de ser hijo del invierno; lo entendí después de tantos años. Aurel siempre me miraba con los ojos aguados cómo aprendía a tejer, me miraba y yo tejía y no sabía que tenían que ver las agujas de plata con su llanto.
Aurel había elegido para morirse el invierno, en mi misma madre luna.

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Córdoba, Argentina
Del blanco, al blanco tenue, al blanco tiza y al alba. Después los colores

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