Los días, las sumas de las tardes, las oblaciones nocturnas, nos inventan una forma que a veces creemos que ni siquiera nos pertenece; una forma o un modo aparecido por error.
Una extensión cóncava donde flota el aire sin mover nada, donde el viento ni llega, ni toca, ni provoca, ni precipita. Una concavidad tan liminar que las luces aterrizan sesgadas o cegadas; capa tras capa perdemos en la suma de las tardes y las oblaciones nocturnas la textura del mundo.

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