Había que interpretar los signos de los días.
Cerrás los ojos porque no se trata de ver sino de oler el aire, de que el hábitat se te meta debajo de la piel y lo ocupe todo.
Dedicas al silencio el cuerpo entero para oír ese arrullo casi inaudible que reverbera.
Te quedás así, queriendo sentir tus palabras abrirse en el llano.

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