Si las palabras respiran, exudan, tocan; se merecen un
ritual que las haga nacer, morir y renacer, un ritual para agradecer que sigan
ahí, que se paseen por la lengua y se larguen de cabeza en un océano infinito
queriendo decir algo y haciéndose parte de la ola.
Inventar el ritual, armar paquetes del color del mar para
guardar palabras sagradas y que ahí dentro puedan decir lo que realmente nombran.
Armar otros paquetes de papel oscuro para los sentidos cambiados y las palabras
rotas. Un último envoltorio anaranjado para guardar las palabras que perdonan,
las que salvan, las que alumbran.
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