I
Las preguntas debieran tener nombre propio, a alguna de las mías la llamaría Rosaura, a otra Isadora o Isabel. Nombrándolas las dudas saben acercarse, saben de ese llamado sutil cuando no la invitación lisa y llana.
Innombrables si se las invita a tomar el té, vienen todas juntas y tazas solo hay dos.
¿Tomamos un té Isabel?
Por una vez se sienta conmigo, en el patio a mi lado. Le sirvo su bebida y miro detrás suyo la planta que traje desde lejos.
Me mira y me dice te escucho, me llamaste.
Cruzamos las miradas y vimos la planta. La respuesta era el paisaje.
Me da un abrazo y se va.
II
Apoyar los ojos hace clarear la noche.
III
-Elena estas ahí?
Estaba preparándome el té a mi.
Me senté y esperé, lo tomamos en silencio.
Eso, me dice. ¿eso qué?
El té, el silencio.
IV
Un beso sobre los párpados. Iluminarse en el gesto.
V
-Alba nos sentemos un rato. Pongo el agua.
-Te espero acá.
Me siento, me acaricia el pelo, me corre el que me caía en la cara y me lo sujeta con un invisible negro. Apoyo la cabeza en su falda, me sigue acariciando el pelo y después la nariz. Ya no veo nada, solo siento.
El aire olía a cedrón, clavo y canela.
VI
Las dudas cuidan las respuestas mientras se nacen.
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