Me veía de frente, de costado, me metía los dedos queriéndome atravesar y eso nunca fue posible. Quise abrirme y ver de qué estaba hecha. La viscosidad de lo perdido, la suavidad de lo sanguinolento. La textura definida de los paisajes donde había estado y eran certeza de mi.
Hundía los dedos, solo el músculo tenso. No presentía ahí las habitaciones contiguas de las casas, ni lo algodonoso del aire de buchardo, no estaban ahí ni los brazos delgaditos, ni el olor. No estaba mi perro de tela.
Yo no era yo, ni vos, ni aquello, eso palpable.
Hundí los dedos y supe de mi ausencia.

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