Es, era imposible pensarme sin las cartas, desde que me acuerdo y de eso ya hace mucho, he visto cartas ir y venir; te veía escribir y leer, una ceremonia de pequeñas proporciones. Siempre me quedaron esas pequeñas cosas como las marcas más hondas, por imperceptibles que fueran.
Las cartas y me viene al cuerpo ese recorrido por la galería oscura de los negocios nacidos para el olvido, me llevabas de la mano con la magia flotante de quien está por descubrir un paraíso, aparecía la vidriera de la casa de filatelia y me regalabas una bolsita de estampillas. Aprendí que las selladas eran las que habían andado mucho mundo, las desteñidas habían conocido cajones de madera, las nuevas eran pura promesa. Tenía seis y las muñecas me aburrían.
Las estampillas eran apenas una metáfora de las cartas verdaderas, las que no estaban a la venta, la de las palabras sentidas y las historias cruzadas.
Escribir sin saber muy bien a quien, contar los días para sacarlos a pasear al sol, reconstruir las sensaciones para saber por donde habíamos andado y en qué círculos. Empecé a escribirte cartas cuando los gestos ya eran solo del aire y la tristeza hacía desaparecer el mundo, escribí enojada, escribí dormida, escribí sin saber que escribía, escribía para entender el mundo, y después me enamoré de todas las esquinas y todas las plazas. Las palabras eran el lugar, la casa, mi cuerpo y mi espejo, las cartas son las manos sobre alguna de las tantas mesas, son el tiempo detenido en su segundo más exacto.
Es exacto el gesto que vuelve de vos a mi y te lo devuelvo con todos los años al medio.
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- Teodoradorna
- Córdoba, Argentina
- Del blanco, al blanco tenue, al blanco tiza y al alba. Después los colores
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