Había una escalera larga y angosta que como premio por escalada tan empinada ofrecía un altillo, una habitación donde las ventanas abundan sobre los muros escasos.
El muro apenas es una contingencia estructural para el esplendor panorámico, una modesta circunvalación para ver en redondo.
Jamás había estado en sitios como ese y había instrucciones anotadas en una bitácora amarillenta.
A quien suba y sea ésta su estadía inaugural, deje escapar un gesto ritual o simbólico y si nada huye o fluye, invente.
Abandone algún monstruo de confección casera en este sitio para quedarse con un miedo menos o con ninguno. Los monstruos ajenos son invisibles a tus ojos y los tuyos a los otros.
No temas husmear, hurgar, revisar o romper, no hallarás más que lo traigas contigo.
Permanece aquí el tiempo suficiente para ver, admirar y hacer lo propio, es imposible que alguien interrumpa, apure o que algún mecanismo indique el fin de la estadía, sencillamente la escalera desaparece mientras alguien esté aquí y solo tu deseo satisfecho hace posible su reaparición para que desciendas.
Si tratas de huir lanzándote como un loco o fingiendo al descuido ser un pájaro o un auténtico suicida, un dragón de papel de seda te traerá de nuevo para tu resguardo.
Esta habitación vaciada o perdida de tus acciones puede ser tu infierno amigo mío, puede que lo notes o no, te corresponde ver la diferencia.
domingo, 26 de diciembre de 2010
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- Del blanco, al blanco tenue, al blanco tiza y al alba. Después los colores
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