Una grieta ínfima para inventar los puentes.
El puente-túnel donde se caen los crecimientos degenerados que ofician de apéndices inservibles.
El paso estrecho entre esa oscuridad necesaria para entender qué de sagrado tiene la noche en su vigilia y su insomnio; entender qué de prístino tiene un día nuevo del que no se sabe más que hay horas por desgajarse.
El puente-túnel para arribar al otro lado de la misma vida.
Dejarse aullar como los lobos, en ese tono agudo que hace eco de lo que deja atrás.
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